martes, 14 de abril de 2009

Pascua 2009, Siete Aguas


Ya está, se acabó, de nuevo en Zaragoza. Gracias a Dios pude volver a visitar ese reino fantástico en el que no pasa el tiempo y todo sigue igual llamado Siete Aguas, ese mundo oculto donde seres de distintos y múltiples territorios nos encontramos para convivir en armonía, amistad y fe. ¿El motivo? No importa mucho, siempre es mágico visitar ese Narnia, pero esta vez viajábamos para celebrar la Semana Santa, la entrega de Jesús, su muerte y su resurrección, esa historia que no por mucho conocer, el final deja de ser apasionante.
Volví anoche de Valencia con una fe tan poderosa como para expulsar demonios y mover montañas, aunque tal vez dentro de unos días mi fe solo vuelva a ser suficiente para espantar ratas y mover la escoba con las que encorrerlas. Pero de momento estoy en la cresta, en ese sube y baja de la fe.
El lema de esta Pascua era "Me amó y se entregó por mi". Me gusta más que "Se entregó por nosotros" porque es una apelación más personal a cada uno, una afirmación de que cada uno de nosotros somos proyecto de Dios.
En general la Pascua ha sido diferente a la de otras veces. No se a ciencia cierta cuantos éramos pero creo que unos cuarenta, tal vez algunos más contando misioneros y misioneras. La principal particularidad de esta es que a los jóvenes se nos ha dado un especial protagonismo en la propia organización de la convivencia, y varios de nosotros hemos podido presentar nuestro testimonio, dirigir algunas dinámicas o preparar algunos juegos. Como opinión mía, me parece genial porque es una forma de reconocer el camino que venimos recorriendo desde hace tiempo, como si fuésemos polluelos a los que ya se nos deja empezar a volar, y para el resto de convivientes un joven, un amigo, alguien cercano, puede empatizar más con ellos.
Tal vez he echado de menos algo más de tiempo libre, o quizás es que no he sabido administrármelo correctamente, pero me hubiera gustado conocer mejor a muchas personas con las que no he podido tener apenas trato. Aunque no se qué esperaba, quizás no había caído en que solo eran cuatro días mal contados.
A nivel espiritual tardé en centrarme, pero la importancia de lo que se celebraba me obligó a ponerme las pilas. Otra bonita experiencia de Dios que sumé a la lista.
También tuve el honor de organizar y presidir la fiesta del último día para los jóvenes con actividades de karaoke, concursos culturales y habilidades. Creo que salió bien, al menos así me lo hizo saber la gente.
Al final las despedidas siempre son dolorosas pero menos en Siete Aguas, donde cuando regresemos las conversaciones seguirán donde las dejamos, exactamente igual. Allí nunca pasa el tiempo, la amistad jamás marchita y Dios habita entre sus muros.

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