sábado, 13 de abril de 2013

Tras las huellas de los dinosaurios

Luis Negro Marco / Historiador y Periodista
artículo aparecido en la revista TRÉBEDE julio-agosto 1999, poco antes de la apertura de DINÓPOLIS (Teruel)

¿Por qué despiertan tanta atención en nosotros, hombres y mujeres de la era digital-recién evolucionados del sapiens al Homo digitalis y con un pie en el mundo de Huxley- aquellos «lagartos terribles» que dominaron la Tierra durante la era Mesozoica?
¿Quizás porque avanzamos deprisa y nos gusta echar la vista atrás, hacia ese mundo perdido de ambiente tropical en el que los cielos sólo eran surcados por el silencioso vuelo de los «pterodáctilos» y no por las ruidosas turbinas de boeings y cazas? Puede que los dinosaurios fueran terribles, que sus fauces abiertas armadas de poderosos dientes causasen pavor, pero -como los dragones de leyenda- nos gusta saber de su modo de vida, si eran de piel oscura o de colores, y si es verdad que nunca se extinguieron, porque evolucionaron hasta convertirse en las actuales aves. Nunca unos seres tan lejanos en el tiempo, tan poco conocidos y feroces, nos han sido, a la vez, tan familiares. Convertidos en ositos de peluche, duermen cada noche en el regazo de los niños y despiertan la curiosidad de los mayores en medio de una vida hipercodificada, en la que la novedad no es más que una palabra en desuso. Dinópolis -el proyecto impulsado por el Instituto Aragonés de Fomento (IAF) y el Gobierno de Aragón, en convenio junto con Teruel y las localidades de Albarracín, Concud, Castellote, Galve, Mas de las Matas, Rubielos de Mora y Peñarroya de Tastavins- parte de este sentimiento ecuménico de nostalgia por el pasado, del afán del hombre por encontrar respuesta a una de sus preguntas existenciales, para construir un proyecto de desarrollo económico y cultural. En Teruel, durante muchos años, la gente tuvo que salir fuera en busca de trabajo. Los tiempos están cambiando, y quizás ha llegado el momento de volver a los orígenes, no de una manera utópica, sino con la convicción de que el futuro es indesligable del pasado. Y del pasado, el sur de Aragón tiene mucho que contar: «Érase una vez, en unos lugares de la provincia de Teruel, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra...» Antes de Darwin, los estudios de Historia Natural, como los publicados por el naturalista franciscano José Torrubia, seguían la teoría bíblica del Diluvio Universal. Precisamente, uno de los apartados de su libro Aparato para la Historia Natural Española (1754) está dedicado, como anuncia la portada, a Dissertaciones Physicas, especialmente sobre el Diluvio. En una ocasión, un esqueleto fósil fue descrito como el «Homo diluvii testis» (el hombre testigo del diluvio), aunque luego, estudios realizados por Cuvier, el fundador de la Paleontología a principios del siglo XIX, pusieron en evidencia que se trataba simplemente de una salamandra gigante fósil del Carbonífero.



Cuando en 1859 Charles Darwin publicó El Origen de las Especies, en que presentaba pruebas de la evolución por selección natural, sir Richard Owen, considerado como el último de los filósofos naturales, quedó horrorizado, e impugnó sus tesis recurriendo, incluso, a las malas artes (como falsear intencionadamente el propio contenido del libro) por lo que finalmente fue derrotado en su particular cruzada antievolucionista. A pesar de ello, la contribución de Owen a la paleontología es de capital importancia, porque fue el primero que estudió los fósiles de gigantescos huesos (luego se comprobó que eran de un Iguanodón) pertenecientes a un gran animal extinguido mucho antes de la aparición del hombre. Owen, una vez que hubo reconstruido los esqueletos a partir de los restos fosilizados, se percató de que resultaban ser de naturaleza reptiliana. Por ello les dio un nombre en griego, con los que actualmente se les conoce en todo el mundo: los Dinosauria, es decir, «los lagartos terribles».

Los dinosaurios fueron los grandes reptiles del Mesozoico, que aparecieron a finales del Triásico y desaparecieron en la gran extinción (posiblemente debida al impacto en la Tierra de un gran meteorito) a finales del Cretácico, transcurriendo su vida en un período de tiempo entre los 195 y los 65 millones de años antes de nuestra Era. En su estudio, los investigadores los han dividido en dos órdenes. El primero de ellos es el de los Saurisquios (así denominados porque poseyeron una estructura de la pelvis similar a la de los lagartos), grupo que a su vez se divídía en dos subórdenes: Terópodos, que eran bípedos, (como el Compsognato -de huesos huecos y del tamaño de una gallina- o el gigantesco Tiranosaurus rex) y Saurópodos, que caminaban a cuatro patas. En este subgrupo se encuentran los Diplodocus, Broncosaurios y los Aragosaurus de la localidad turolense de Galve, que constituyen un género y especie nueva: el Aragosaurus ischiaticus. Los primeros restos fósiles de esta especie fueron encontrados por José María Herrero en el término de esta población, siendo posteriormente descritos y estudiados por los paleontólogos José Luis Sanz, María Lourdes Casanovas y J. Vicente Santafé, que dedicaron el nombre a Aragón.

En cuanto a los dinosaurios del orden de los Ornistiquios, reciben este nombre por tener su cadera análoga a la de las aves. Eran herbívoros y presentaban una gran variedad de especializaciones: desde el pequeño Hypsilophodon, del tamaño de un mono, a los de gran tamaño. Entre éstos figuraba el «Iguanodón», que fue el primer dinosaurio reconocido como tal. Su longitud era de nueve metros y llegaba a pesar hasta siete toneladas. Su hocico alargado terminaba en un pico córneo y sin dientes. Sus brazos cortos y grandes patas traseras le conferían una complexión robusta. El estudio de sus icnitas (huellas) en la partida de «La Cerradica» de Galve, ha permitido descubrir a los paleontólogos que estos dinosaurios no apoyaban la cola al andar y que, en general, caminaban sobre las dos patas traseras, aunque en ocasiones podían apoyar también las delanteras. Otra especie de dinosaurios del orden de los Ornistiquios que holló suelo aragonés, fue el «estegosaurio» que recibió este nombre porque su esqueleto se encontraba en relación con grandes placas óseas, que al principio se supuso que protegían su espalda como las piezas de un tejado. Estudios posteriores mostraron que estaban de punta en una doble fila, desde el cuello al arranque de la cola, provista en su final por un conjunto de espinas defensivas. Lo que más llamó la atención de los investigadores en el estudio de este gigante, que llegaba a alcanzar los ocho metros de longitud y las siete toneladas de peso, fue el pequeño tamaño de su cerebro en comparación con su cuerpo, lo que les hizo pensar en la existencia de un centro nervioso adicional a la altura de la cintura pelviana. Los Triceratops (de tres cuernos) también eran del orden de los dinosaurios Ornistiquios, aunque como ocurre con el Tiranosaurus, sus restos no han sido nunca encontrados en Aragón.

Por otro lado, cabe señalar que, al igual que los reptiles voladores, los dinosaurios pertenecieron a la clase de los Arqueosaurios (reptiles con un cráneo «diápsido» -que presentaba dos aberturas tras la órbita-). Ciertos arqueosaurios, los Pterosaurios, conquistaron el medio aéreo, desarrollando alas formadas por un repliegue cutáneo sujetas al cuarto dedo de las extremidades anteriores, muy desarrollado. Reptiles voladores similares al Dsungaripterus, fueron los que surcaron los cielos de Galve, algo que queda en evidencia por el hallazgo en el término de esta localidad de falanges de los dedos y dientes de una especie muy similar, aunque de menor tamaño. Al principio se pensó que este tipo de animales no era capaz de volar, sino sólo de planear, pero ahora se cree que también podían surcar los cielos de manera activa, aprovechando las corrientes para mantenerse en el aire por un gran espacio de tiempo.

Una de las cuestiones más controvertidas en la actualidad, la de si las aves surgieron como una rama de descendencia de los dinosaurios. El Archaeopteryx (el reptil-ave), cuyo primer hallazgo se produjo en 1861 -dos años después de que Darwin publicase El Origen de las Especies, está considerada como el ave más antigua, si bien ya en el Cretácico, existió un ave de alas atrofiadas, Hesperornis, que no podía volar en absoluto. El Archaeopteryx estaba dotado de dientes, así como de alas y una larga cola, recubiertas de plumas, lo que le confirió plenamente la posibilidad de volar. Comparadas sus características con las de los reptiles y las aves, la conclusión a la que se ha llegado es que este animal se encontraba a medio camino evolutivo entre ambos.

Recientemente, el paleontólogo Kevin Aulenbec dio a conocer el hallazgo realizado en China de un dinosaurio de hace 145 millones de años, el Caudipteryx, el cual habría estado dotado de plumas largas, aunque como el Hesperornis, tampoco tuvo la posibilidad de volar. En España, el ave mesozoica más antigua encontrada, es el Iberomesornis (ave intermedia de Iberia), de hace 120 millones de años, que fue hallada en Las Hoyas (Serranía de Cuenca), cuyos elementos esqueléticos de la pelvis y las extremidades posteriores, serían comparables a los de un dinosaurio terópodo, y que según unas primeras apreciaciones por parte de los investigadores que la han estudiado, habría tenido la posiblidad de volar. Parece que todo apunta a que, finalmente, los pesados «lagartos terribles» lograron levantar el vuelo.

El gran impacto

Las primeras formas de vida en la Tierra surgieron en el mar hace 3.500 millones de años. Se trataba de organismos unicelulares, que a veces formaban colonias llamadas «estromatolitos», que se desarrollaron en el fondo de aguas poco profundas, generando una capacidad para descomponer el abundantee óxido de hierro, existente en los mares del Precámbrico, en oxígeno. Su vida habría sido fundamental para el desarrollo, durante 3.000 millones de años, de formas orgánicas marinas más complejas, que siguieron fabricando oxígeno, lo que posibilitó un ambiente aeróbico en la atmósfera, preparando las condiciones para el desarrollo de formas de vida terrestres, algo que ocurrió hace 410 millones, empezando por las plantas. La cadena evolutiva de la vida no ha sido una sucesión de eslabones ininterrumpida y los paleontólogos han podido detectar hasta 8 grandes extinciones masivas, que provocaron, cada una de ellas, la desaparición de hasta el 60% de las formas orgánicas entonces existentes. La última ocurrió hace 65 millones de años, causando la desaparición de los dinosaurios. Tuvo lugar en un período de tiempo que marcó la transición del Cretácico (que recibe este nombre del alemán «Kreide» / tiza, por la abundancia de creta en este período geológico) con el Terciario. En este nivel de frontera (conocido como «K-T») los geólogos han hallado un nivel de arcillas con una presencia, muy superior a la normal, de iridio. Un metal muy raro en la superficie de la Tierra (no así en su núcleo), pero muy abundante en los meteoritos siderófilos, lo que les hizo suponer a los geólogos que su presencia se debía al gran impacto de uno de ellos en nuestro planeta. El asteroide, de un diámetro aproximado de diez kilómetros, cayó sobre la Tierra -muy probablemente en la Península mejicana de Yucatán- a una velocidad de 30 kilómetros por segundo. Sus fragmentos se hundieron cuatro kilómetros bajo el mar, para rebotar otros cuatro sobre la superficie; un fenómeno que alcanzó, en segundos, una altura superior a la del Everest. Fragmentos de tierra y masas abundantes de polvo fueron lanzados a decenas de kilómetros de altura, que en rotación sobre la Tierra, oscurecieron el planeta. La ocultación de los rayos solares provocó el invierno nuclear, se paralizó la fotosíntesis en árboles y plantas, y por tanto, se interrumpió la cadena trófica de la vida. Millones de especies desaparecieron.
La explicación impactista sobre la desaparición de los dinosaurios fue lanzada en 1980 a través de un artículo publicado en la revista Science por los investigadores Luis y Walter Alvarez, de la Universidad estadounidense de Berkley. Comúnmente aceptada, la teoría impactista, ha comenzado recientemente a ser revisada por un grupo de paleontólogos de diversos países, que abogan por la teoría multicausal. Esta teoría, que surgió en la también estadounidense universidad de Princeton, tiene como principal referente a la profesora Gerta Keller, que, aunque acepta la presencia del impacto, argumenta la presencia anterior de otros fenómenos, como la constatación de cambios climáticos y un desarrollo extraordinario del vulcanismo en la zona del Decán en la India) que preludiaban una nueva y masiva extinción de la vida en la Tierra. Algo que -a su juicio- el gran impacto no hizo sino acelerar.
Parece constatado que alrededor de dos millones antes del comienzo del Cenozoico y de la caída del meteorito en Yucatán, se produjo un aumento de la temperatura media de los fondos oceánicos (de entre seis y siete grados) de las altas latitudes, lo que provocó la extinción de entre el 35% y el 50% de la fauna de foraminíferos (organismos microcelulares con caparazón calcítico de un tamaño tan ínfimo, que sólo pueden ser observados a través de lupa binocular). Para explicar esta extinción, previa al gran impacto, un grupo de paleontólogos de distintos países, entre los que se encuentra el zaragozano Alfonso Pardo, baraja la siguiente hipotesis: el ciclo de las corrientes marinas de la Tierra dura alrededor de 1.500 años. En este período de tiempo, las aguas de los casquetes polares, ricas en oxígeno que propicia la vida en los fondos marinos, se van sumergiendo, al tiempo que se cargan de CO2, para emerger, finalmente, en las zonas subtropicales. A este movimiento se le conoce con el término de corrientes marinas de convección. Alfonso Pardo explica que, previamente al comienzo del Paleoceno, en este ciclo desapareció el flujo de agua fría de la Antártida, y hubo aportes superficiales del mar de Tetis, muy salado y escaso de oxígeno. El hundimiento de estas aguas en los fondos marinos, provocó la muerte de la mayoría de sus ecosistemas, al faltarles el motor de vida -el oxígeno- que impulsa los procesos bioquímicos de oxidación de toda materia orgánica. Se constataría así que las formas de vida existentes en la Tierra hace 67 millones de años no eran capaces de adaptarse de manera adecuada a los importantes cambios climáticos y ambientales que se empezaban a producir. Dos millones después, el gran meteorito caído en Yucatán no habría hecho más que acelerar la desaparición de un modo de vida predominante, posibilitando a su vez la evolución y el desarrollo de otros nuevos.


Dinópolis: una ruta jurásica por la provincia de Teruel

A continuacón se detallan los principales yacimientos que se van a poder visitar en cada una de las poblaciones que van a formar parte de la ruta jurásica de Dinópolis, así como de las actuaciones que se van a realizar en ellas para satisfacer la importante demanda turística que se espera generar.

Albarracín

En esta localidad, la atención se va a centrar en el estudio de los afloramientos de invertebrados marinos del Jurásico (195-142 millones de años), siendo el director científico de esta actuación el profesor del Área de Paleontología de la Universidad de Zaragoza, Guillermo Meléndez Hevia. Durante el Jurásico, lo que hoy en día es la Cordillera Ibérica, era una gran plataforma marina, de la que existen importantes afloramientos con materiales fósiles en la Sierra de Albarracín, siendo los más abundantes los relativos a invertebrados marinos: moluscos (bivalvos marinos, Ammonoideos -Ammonites-, Belemnites y gasterópodos -caracoles-); braquiópodos (Terebrátulas y Rinchonellas); corales; esponjas silíceas; equinodermos (animales marinos que presentan una simetría axial y están dotados de ventosas); equínidos (erizos de mar); crinoideos (animales marinos fijados al mar mediante un tallo -como los lirios de mar-); y, finalmente, los artrópodos (grupo de animales invertebrados de esqueleto externo quitinoso, al que pertenecen, entre otros, los insectos y los crustáceos) marinos, aunque en este caso, son poco abundantes.
La riqueza fosilífera de invertebrados marinos del Jurásico en la Sierra de Albarracín, se ha traducido en la definición en este territorio de numerosos taxones (del griego taxis -ordenación-. Son las familias, géneros y especies que componen las distintas categorías en las que se cataloga el mundo animal o vegetal), como la especie de Terebrátula Aulacothyris ibérica, la de Rinchonella, Homoeorhynchia meridionalis, y la de Ammonites, Albarracinites albarracinensis, descrita por S. Fernández-López. A su vez, la Sierra de Albarracín es un área-tipo de diversas unidades litoestratigráficas (clasificación de los cuerpos estratigráficos en función de su litología, que se divide en las categorías de «grupo», «formación», «miembro» y «capa»), entre las que destacan: la capa de oolitos (los oolitos son cuerpos minerales esféricos de alrededor de 1 milímetro de diámetro) ferruginosos de Arroyo Frío, la formación de margas de Frías de Albarracín, el miembro de margas de calizas de Alustante y el grupo Turia -próximo a Orihuela del Tremedal- que engloba a las formaciones del Jurásico medio y superior.
Las previsiones para Albarracín durante la primera fase de Dinópolis son las de construir un edificio en esta localidad, que albergará una exposición sobre la vida marina del Jurásico. Sólo en una segunda fase del proyecto se contempla la visita a los afloramientos más importantes, los cuales, y de manera previa, serán objeto de excavación, estudio y acondicionamiento necesarios para la exposición de sus materiales, bien en la sede principal de Albarracín, o bien en los propios yacimientos.


Concud

El yacimiento más importante de esta localidad, es el del «Barranco de las Calaveras», de la época denominada como Turoliense de Concud (7 millones de años). En la actualidad está siendo estudiado por el paleontólogo Luis Alcalá Martínez, vicedirector de Exposiciones del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Las primeras noticias de este afloramiento datan del siglo XVIII, concretamente del año 1736, cuando el naturalista Benito Jerónimo Feijoo, lo dio a conocer en su libro Teatro Crítico, que constituye una de las primeras referencias bibliográficas sobre paleontología en Europa. Debido a la abundancia de huesos fosilizados en la zona, su descubridor pensó en un principio que era como consecuencia de una antigua gran batalla. Por esta causa, se conoce aún hoy en día a este yacimiento como «El Barranco de las Calaveras». El tipo de animales que camparon por este terreno durante el Plioceno -en medio de un pai- saje que debió ser muy parecido al de la actual sabana africana, surcado por ríos que desembocaban en un gran lago- fueron, principalmente, los Hyracotherium, un tipo de caballos mucho más pequeños que los actuales, además de hienas, elefantes, rinocerontes y gacelas. La excepcionalidad de este yacimiento, único de sus características en España, radica en que los huesos fosilizados afloran de manera visible, sin necesidad de excavar. Por ello -comenta el profesor Alcalá- es necesaria una intervención pronta y sistemática, que permita tanto la protección y salvaguarda del enclave, como su divulgación, en una doble vertiente: cultural y turística. Conscientes de la importancia de este afloramiento, los responsables del British Museum realizaron en él una campaña de excavación a principios de siglo. De este modo, si hoy queremos contemplar la mejor colección de fósiles procedente del Plioceno de Concud, habremos de viajar a Londres. Los visitantes de Dinópolis que lleguen hasta Concud, podrán contemplar en el «Barranco de las Calaveras» cómo se realizaban las expediciones paleontológicas de principios de siglo, por medio de maquetas, andamios y recreaciones por ordenador, que serán instalados en un museo que se construirá a la entrada del yacimiento.

Mas de las Matas-Castellote

En estas dos localidades del Maestrazgo turolense, distantes entre sí diez kilómetros, se han localizado interesantes yacimientos. Por un lado, en la partida del «Barranquillo» (Castellote) existe un afloramiento de troncos de árboles fosilizados del Cretácico Inferior, que corresponden a una especie nueva, Protosequoioxylon turolensis . Esta especie, de alrededor de 1 metro de diámetro, estaba emparentada con las coníferas y alcanzaba hasta los 40 metros de altura. El yacimiento ha sido estudiado por P. Muñoz Barragán, Licenciado en Paleontología por la Universidad de Zaragoza. Otro de los yacimientos vegetales importantes es el de la partida de «Cabanes» (Mas de las Matas), más antiguo que el anterior, en el que se han hallado improntas de hojas. Cabe destacar también que en la partida de «Vallipón» (Castellote) han sido localizados restos de tortugas del Cretácico Inferior. Los estudios de estos fósiles han sido realizados por X. Murelaga Bereikua, de la Universidad del País Vasco. En cuanto a pisos marinos, se han detectado afloramientos rocosos que delatan la existencia de un estuario de aguas poco profundas de época Barremiense (118 millones de años), con presencia de fósiles de rayas, tiburones y cocodrilos.
La importante actividad cultural que desarrolla desde hace años en Mas de las Matas el Grupo de Estudios Masinos (GEMA), presidido por Antonio Martín Costea, se ha plasmado en la creación, en 1986, de un museo de paleontología en esta localidad, con el asesoramiento y supervisión de Gloria Cuenca, José Ignacio Canudo y José Ignacio Ruiz, paleontólogos de la Universidad de Zaragoza. Las investigaciones que se llevan a cabo en cada campaña, son promovidas desde el GEMA, a través de la convocatoria de becas, cuyos resultados de investigación son posteriormente publicados en el «Boletín de Mas de las Matas», una prestigiosa revista que está a punto de entrar en el Citation Index, la revista científica más importante del mundo, por encima, incluso, de las propias Science y Nature.
Dentro del proyecto Dinópolis, El IAF aportará cuatro millones de pesetas para la adecuación de los yacimientos, protección y señalización de los excepcionales afloramientos de Castellote y Mas de las Matas.


Galve

Situada a 1.188 metros de altura, en la comarca de las Cuencas Mineras, la localidad de Galve destaca por los restos de dinosaurios allí encontrados, algunos correspondientes a especies únicas, como el Aragosaurus ischiaticus. Otra de las especies halladas en esta localidad, es el Iguanodón, del que se han encontrado restos fósiles de varios esqueletos, correspondientes a dientes y vértebras aisladas. El período de tiempo en el que vivieron estos animales, fue el Cretácico inferior (hace 110 millones de años) y el suelo que pisaron estuvo próximo a un conjunto de albuferas, marismas y estuarios, con una vegetación muy abundante, que impregnaba el ambiente de una humedad cálida y pegajosa, como el preludio de una tarde tormentosa de verano. Considerado como uno de los yacimientos paleontológicos más importantes del mundo, en Galve también se han encontrado fósiles de Hypsilofodóntidos (pequeños dinosaurios herbívoros), Dromeosáuridos (pequeños carnívoros corredores, de entre uno y tres metros de longitud, muy parecidos a los Velocirraptores de la película Parque Jurásico) y también grandes carnívoros, como el temible Carnosaurus (que se han encontrado tanto en el período Jurásico como en el Cretácico -entre 190 y 100 millones de años), dotado de unos poderosos dientes y un robusto cuello, capaces de matar, desgarrar y arrancar grandes trozos de carne de sus presas. Junto a restos de grandes saurios, en Galve también han sido localizados fósiles de reptiles voladores del Cretácico Inferior, así como dientes de tiburones antiguos, una de cuyas especies, el Lonchidion microselachos, se ha descrito por primera vez en Galve. La localidad también destaca por la existencia de diversos afloramientos de huellas (icnitas) de dinosaurios, que son los más extensos de Aragón y los más orientales de España. Las huellas de la partida de «Las Cerradicas», fueron dejadas por dinosaurios de pequeño tamaño, pertenecientes al suborden de los ornitópodos. El yacimiento está siendo estudiado por los paleontólogos Gloria Cuenca y José Ignacio Canudo, quienes destacan que estas icnitas son de gran relevancia científica, al tratarse de las huellas de iguanodóntidos cuadrúpedas más antiguas (130 millones de años) y más pequeñas del mundo. En el «Barranco de Luca» también han sido localizadas una serie de pisadas realizadas por seis dinosaurios saurópodos, en este caso de gran tamaño, cuya edad se remonta a finales del Jurásico e inicios del Cretácico. Felix Pérez, el paleontólogo de la universidad de La Rioja que ha estudiado el yacimiento, presentará informes al Gobierno de Aragón para que solicite a la UNESCO la declaración de esta zona como Patrimonio de la Humanidad.
A todos estos alicientes de riqueza fosilífera, Galve ha sumado los de la instalación en su frondosa chopera -de hermosos prados y olmas centenarias- de tres réplicas de dinosaurios a tamaño natural, correspondientes a un Aragosarurus, un Iguanodón y un dinosurio carnívoro del suborden de los terópodos.
El IAF invertirá en esta localidad 48 millones de pesetas, que irán destinados a la adecuación de los yacimientos y a la construcción del museo y taller paleontológico «José María Herrero».


Peñarroya de Tastavíns

En esta localidad se han hallado los restos fósiles de saurópodo más completos que se conocen en España y uno de los más importantes de los encontrados en Europa. El dinosaurio de Peñarroya de Tastavíns se incluye dentro de la familia de los Titanosauriformes. Considerado en principio como un nuevo género y especie, este animal vivió hace 110 millones de años, en el Cretácico inferior, siendo su hábitat el de una zona limítrofe con el mar, de vegetación y clima tropicales. Más grácil que los saurópodos de Galve, el de Peñarroya medía 17 metros de largo y su dieta alimenticia consistía en plantas y hojas de árboles. Para digerir la comida -como hacen muchas aves- tragaba grandes piedras que alojaba en su estómago, actuando como piedras de molino. Gracias a las huellas encontradas, los investigadores han podido determinar que este dinosaurio vivía en manadas, al igual que hoy en día algunos grupos de mamíferos. La probable causa de su muerte se debió a la vejez, ya que presentaba síntomas de haber sufrido el equivalente a la artrosis humana. El cadáver fue arrastrado, seguramente por un río hasta un mar de aguas bajas, donde fue devorado por cocodrilos y posteriormente, cuando sólo quedaban sus huesos, colonizado por pequeños ostreidos, por lo que los paleontólogos que lo han estudiado lo denominan familiarmente como el «dinosaurio arrecife».
El saurópodo de Peñarroya fue descubierto en 1994 por los vecinos de Fuentespalda Pedro y Andrés Ortiz. Comunicado el hallazgo al Gobierno de Aragón, las labores de excavación y restauración fueron encomendadas a finales de 1996, a un equipo de paleontólogos de la Universidad de Zaragoza, integrado por: José Ignacio Canudo, Gloria Cuenca, José Antonio Andrés, Alfonso Pardo y Rafael Royo. Los restos del animal que se han encontrado (aproximadamente un cuarenta por ciento del total) corresponden a la cadera, cola, y patas traseras. La parte no encontrada se está reconstruyendo con el objeto de hacer una réplica, a tamaño natural, que una vez finalizada quedará instalada en la localidad, junto al esqueleto original.
Las inversiones previstas por el IAF, en Peñarroya de Tastavíns ascienden a 19 millones de pesetas, con los que se sufragará la reconstrucción de los restos del dinosaurio, así como la creación de un centro para su exposición, con una sala de proyecciones.


Rubielos de Mora

Los yacimientos que aparecen en esta localidad turolense, situada a cincuenta y cuatro kilómetros al sureste de Teruel, corresponden a fósiles de insectos del Mioceno, siendo el yacimiento de estas características más meridional de Europa. La zona de afloramientos se corresponde con el lecho de un antiguo lago, que fosilizado con el paso de millones de años, se ha convertido en una roca que recibe el nombre de ritmita bituminosa, que se exfolia con facilidad en finas capas. Entre estas láminas se han encontrado extraordinarias impresiones de insectos que vivieron hace veinte millones de años. Los afloramientos han sido estudiados por Enrique Peñalver, paleontólogo de la Universidad de Valencia. Hasta ahora se han encontrado grupos de insectos muy raros o desconocidos en el registro fósil mundial, figurando varios holotipos (especies descritas por vez primera) entre los que destaca la mariposa Zygaena turolensis, la cual fue encontrada en el afloramiento de «Río Rubielos» por Federico Górriz Martín, vecino de Rubielos de Mora, quien la depositó en 1992 en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
Otro de los yacimientos de la localidad presenta registros fósiles de plantas y árboles, así como de pequeños vertebrados: salamandras y peces, que está siendo estudiado por el paleontólogo Javier Ferrer, de la Universidad de Zaragoza. En la actualidad también hay en estudio un yacimiento del Cretácico inferior, con insectos atrapados en ámbar (que en este caso, sí que convivieron con los dinosaurios) entre los que se encuentran mosquitos picadores, que quizás guarden en su interior sangre -y por tanto ADN- de un dinosaurio víctima de sus picaduras. La inversión inicial que el IAF tiene previsto realizar en Rubielos de Mora, es de siete millones de pesetas para la adecuación del yacimiento «Río Rubielos» y la construcción de un futuro museo. Teruel
El proyecto que contempla Dinópolis para la capital turolense es el de construir un parque temático, con una superficie aprovechable de 9.500 metros cuadrados, que albergará fósiles y réplicas de dinosaurios que nunca existieron en Aragón, como el célebre Tiranosaurus rex. El edificio, cuyas primeras obras de excavación de terrenos comenzaron a finales del pasado mes de abril, estará ubicado al lado del Palacio de Exposiciones de Teruel y contará con exposiones permanentes, así como con recreaciones por ordenador del modo de vida de los grandes reptiles del Jurásico, además de escenificaciones y otras atracciones, que conjugarán ocio y cultura. A través de varias salas, los visitantes se adentrarán por los distintos períodos de la Tierra, desde su formación, hace 4.500 millones de años, pasando por el Mesozoico, la época en la que los grandes reptiles dominaron el planeta, hasta el Cenozoico, que comprende las eras Terciaria y Cuaternaria actual.
Configurado de manera didáctica y pensando sobre todo en los niños, el edificio principal de Dinópolis, contará además con una sala de cine en tres dimensiones, y seis salas dedicadas al mar, los dinosaurios, la extinción, los mamíferos, los homínidos y, finalmente, la sala de la paleontología turolense. Además habrá una sala de taller en la que se mostrará, con la ayuda de monitores, todo el proceso desde que se encuentra, hasta que se restaura un fósil para mostrarlo en un museo. Con el fin de que la estancia en el recinto sea lo más confortable posible para todos los visitantes, el edifico contará también con una cafetería-restaurante, además de una sala de juegos, un parque infantil y una tienda donde se podrán comprar recuerdos.

Las inversiones en Teruel por parte del IAF, según el convenio del 17 de junio de 1998, serán de 475 millones de pesetas, destinadas a «Rides» (paseos en autobús) hasta las formaciones del Turoliense , próximas a la capital y la construcción del edificio de paleontología, junto al Palacio de Exposiciones.
A la luz de todo el potencial paleontológico de Aragón que acabamos de describir (y que tan sólo es una parte del total) sólo cabe decir que, si el proyecto Dinópolis es capaz de conjugar de manera adecuada los intereses locales y científicos con los de la promoción del territiorio sobre el que actúa, nuestra Comunidad puede convertirse en un referente mundial para otros proyectos de desarrollo, partiendo de la protección, estudio y difusión de la riqueza paleontológica. Un activo cultural que, afortunadamente, es muy abundante en nuestra tierra aragonesa.

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