He de reconocer que me da hasta cierto medio escribir lo que voy escribir, pero ello solo me provoca a escribir con más firmeza. Estoy cansado desde hace mucho tiempo de los
buenismos de Occidente, de la cosa esa tan palurda que es
ser políticamente correcto. Estoy harto de que cada vez que doy una opinión cultural se me pueda tachar de tal cosa o tal otra, sin posibilidad de replica. Estoy deseoso de decirle a los relativistas que no, que están equivocados, que salgan de su burbuja utópica porque el multiculturalismo jamás será un pluriculturalismo. Se quedará en una amalgama de culturas diferentes pero totalmente incompatible. Pero en Europa estamos alelados, tenemos complejo de firmeza por miedo a que enseguida nos tachen de racistas, estamos subyugados al imperativo de ser sensibles de ceder, y de seguir cediendo. Pero no tenemos la valentía para reclamar lo mismo. ¿Cuántos favores tienen los católicos en países musulmanes? ¿Cuántos derechos tenemos en esos países? El resto del mundo reclama a Occidente, los propios inmigrantes reclaman una y otra vez a Occidente, y Occidente les obedece, pero siguen reclamando. El estado de derecho es así, pero se está convirtiendo esto en un estado de provecho.
He mencionado a países musulmanes como podía haber nombrado otros tantos, pero es que ahora quiero hablar de una persona con la que me identifico al 100%, con una persona que como yo cree que es más importante la libertad individual que cualquier persona, religión o institución que se permita someterla. Una luchadora de los derechos humanos y sobre todo de los derechos de la mujer en el mundo islámico: Ayaan Hirsi Alí.
Mujer. Negra. Musulmana. Ayaan Hirsi Alí resume así su vida: “Me crié en África. Vine a Europa en 1992, a la edad de 22 años, y fui elegida diputada por el Parlamento holandés. Aprendí a hablar y a enfadarme. Hice una película con Theo van Gogh, le mataron, y ahora vivo con guardaespaldas y circulo en coches blindados”. Así resume su vida una mujer luchadora y soñadora que ha sabido enfrentarse estoicamente al fundamentalismo islámico, un enemigo violento y dogmático que ha conseguido someter muchas conciencias con el razonamiento del terror. Ella, afortunadamente, sigue con vida y su mensaje grita en la cabeza de millones de musulmanes que ven como su religión, otrora innovadora y moderna, quedó atascada en el siglo séptimo y reclaman una revisión de sus cimientos. Como hizo el catolicismo en la Ilustración, “el Islam necesita un Voltaire” afirma. Y es que en un mundo, el occidental, que se ancla en lo políticamente correcto, Ayaan Hirsi Alí dice verdades que duelen y realiza una gran crítica a los relativismos culturales, entendiendo inútiles los esfuerzos por aliar civilizaciones bajo los mismos valores. Para ella, paradójicamente, Occidente “es racista en su acepción más pura” dado que ignorar algunas religiones o culturas por miedo a salirse de lo “políticamente correcto” supone permitir el atraso y el sufrimiento de millones de personas, que no son plenamente libres, que se encuentran constantemente sometidas. Por ello Hirsi Alí, elegida en 2005 por la revista TIME como una de las 100 personas más influyentes del mundo, es una persona incómoda para las dos partes del conflicto: el dormido Occidente y los fanáticos islamistas. Cuando se le pide desde los sectores moderados de la media luna que no sea tajante en sus reivindicaciones y comprenda que los cambios, y más los culturales o religiosos, se producen poco a poco responde: “¿Fue eso lo que dijeron a los mineros del siglo XIX cuando luchaban por los derechos de los trabajadores?”. Y cuando Europa le espeta que todas diferencias culturales han de ser respetadas salta: “¿Es cultura ser lapidada? ¿Son los derechos humanos, el progreso, los derechos de la mujer, ajenos al Islam o cualquier otra creencia?”.
Pero el caso de Hirsi Alí es curioso y sensato, porque seguramente si estos planteamientos viniesen de un occidental, ajeno a otras experiencias culturales, éste habría sido tachado inmediatamente de xenófobo. Pero ella no lo es, porque ella estuvo en ese lado, en el del férreo fanatismo musulmán, lo sufrió y lo disfrutó, llegó a desear morir por la fe, pero terminó cambiando de opinión.
Hirsi Alí nació en Somalia, en el seno de una familia pudiente. Su padre era un oponente del dictador Siad Barre. Y a pesar de que su padre se oponía a que se le practicase la ablación, macabra tradición en su país, su abuela le sometió a esa mutilación del kintir a escondidas cuando ella tenía 5 años.
Tras el estallido de la guerra civil en su país huyó con su familia a Kenia, pasando por Arabia Saudí y Etiopía. En Nairobi estudió en una escuela fundamentalista islámica, vistió con los códigos del hiyab y anheló ser mártir del Islam.
Hasta entonces Hiris Alí no había podido elegir su futuro y estaba constantemente sometida a las voluntades de otros. Así las cosas en 1992 su padre acordó el matrimonio de la joven con un primo lejano que residía en Canadá, pero al llegar a Berlín para hacer el trasbordo rumbo a Canadá, decidió cambiar de planes y tomar el tren hacia Holanda. “El destino tomó esa decisión por mí” asegura.
En Holanda solicitó asilo político por razones humanitarias pero con un nombre falso. Se desempeñó en trabajos menores que le permitieron pagarse un master en Ciencias Políticas mientras intentaba ganar peso en el Partido Popular por la Libertad y Democracia, de ideología liberal conservadora. Pero en 2006 la ministra de Inmigración de Holanda, cuando ya Hiris Alí se había construido un nombre y era diputada en el Parlamento Holandés, le retiró la nacionalidad por falsificar documentos, obligándole a dimitir de su cargo. El eco nacional e internacional hizo recapacitar al gobierno holandés, quien le devolvió la nacionalidad, pero para entonces Hiris Alí había renunciado de la política, emprendiendo rumbo a Estados Unidos.
En 2004 vivió un siniestro momento. Escribió el guión del cortometraje Submission (sumisón) de Theo van Gogh s
obre la violencia contra la mujer en las sociedades islámicas, despertando un tremendo revuelo entre la comunidad musulmana. Unas semanas después el director Theo van Gogh fue asesinado en pleno Ámsterdam con una carta clavada al pecho con un cuchillo que iba dirigida expresamente a Hiris Alí y estaba firmada “en nombre de Dios”.
Desde entonces esta firme activista de los Derechos Humanos, y especialmente de los derechos de la mujer en el Islam, vive oculta, con miedo y escoltada permanentemente. Pero ella no se retracta ni desiste. Seguirá luchando contra el fundamentalismo por la libertad de cada individuo, sin que nada ni nadie pueda someterle. Seguirá gritando sin que nada ni nadie pueda callarle. Y si la obligaran a callar, su grito ya es eterno y su eco constante.
En conclusión, no estoy criticando a nada ni nadie como concepto general, critico que algo que se ha asumido como bueno e indispensable como son los Derechos Humanos no se respetan en ciertos países o en determinadas culturales, y yo creo que nada puede estar por encima de la libertad individual, ni tan siquiera el miedo y la amenaza. ¿Por qué algunos sectores islámicos no pueden permitir que se diga ni una sola palabra en referencia a como tienen estructurada su fe? ¿Por qué la respuesta tiene que ser a menudo violenta? ¿Acaso no surgió el Islam como una religión de paz y concordia entre hermanos? ¿Donde está entonces en esas sociedades el derecho a la libertad de conciencia y de expresión, por ejemplo? ¿Por qué Occidente tiene que estar constantemente cediendo sin ver respuesta alguna por parte del mundo árabe? En el fondo quiero convencerme de la postura de los relativistas y de los pluriculturalistas, como nuestro ingenuo presidente Zapatero cuando impulsó la Alianza de Civilizaciones, pero ¿acaso no se pactó ya en 1948 una serie de derechos que se consideran fundamentales y buenos? ¿y si estos no se cumplen, no tendría Occidente capacidad del actuar?