Dentro de unos días decimos adiós a la primavera, con una fastidiosa hola de frío de despedida, y acogemos el calor del verano. Pero el verano no será tan caluroso porque las flores y las lluvias se llevan consigo un alma ya inmortal. Anoche moría en Lanzarote el escritor portugués y Premio Nobel José Saramago.
En honor a la verdad de Saramago sólo se lo que he oído y leído estas últimas horas, porque no he tenido el privilegio de leer nada suyo. Pero ya conocía de esta persona, a veces cómicamente referida como Sara Mago, como un gran humanista y filósofo.
Y es que Saramago ha sido siempre un rebelde y un opositor. Ya de joven se alineó a las filas del Partido Comunista de Portugal. Pero lo que más me llama la atención de él es su abierta oposición a la religión y su manifestación como persona atea. Para Saramago Dios y la religión es una invención del hombre para soportar la muerte, y gran parte de su obra literaria se ha basado precisamente en esta confrontación frontal con la Iglesia y los creyentes.
Yo no obstante no me atrevo a condenar sus ideas, le daremos el derecho a equivocarse. Pero me parece fuera de lugar la información que ha salido hoy en L'Osservatore Romano criticando ferozmente al escrito. Cierto es que Saramago no tuvo ninguna sensibilidad hacia algo tan innato y universal como el sentimiento religioso, pero se esgrimen algunos argumentos muy ácidos en su recordatorio. No estamos ahora para venganzas ni para berrinches cobardes, Saramago será lo que quiera, y no cabe duda que ha sido un gran humanista, un referente liberal y un excelente escritor. Y con esos adjetivos me quiero quedar para honrarle, porque las ideas y la profundidad de cada individuo no lo hacen más o menos digno, sino aquello en lo que ha destacado y por lo que se le respeta. Una saudade por el genio.
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