El Camino de Santiago merece mucha más mención, pero como en su momento, por pereza, no escribí, ahora solo haré una breve reseña de como fue.
La verdad es que es una de las mayores aventuras que yo he vivido, y uno de los mayores retos que he superado. Quien hubiera venido habría visto como desfallecía los primeros días, pues llegaba ya con magulladuras, rozaduras y ampollas de intentar (sin exito) domar las botas. El comienzo fue duro, desde Valença do Miño (Portugal). Por delante nos quedaban 120 kilómetros y 5 días para andar.
Pero si bien el inicio fue mortalmente sufrido, llegando a Porriño, la primera posada, quizás una hora más tarde que el resto del grupo, el devenir iba a ser diferente. Conforme pasaban los días, y las horas, me iba notando más fuerte y con más capacidad. Esto surgió también gracias a otros factores. El factor físico es que abandoné las botas y me pasé a las zapatillas. El factor motivacional fue que me prometí a mi mismo no parar, que iba a caminar por alguien a quien quería, para que recibiera los favores que le pedía a Dios, y me prometí así mismo llegar el primero a la plaza del Obradoiro. Todo una quimera utópica por aquel entonces. Y el factor espiritual fue que me deshice de mi plano más humano para minimizar el dolor y convertirlo en sacrificio. Antes era mero vagabundo, caminando sin sentido y sin meta, pero ahora era peregrino.
Y la experiencia cambió. Sin saber bien como me veía a la cabeza de la expedición, con fuerzas renovadas. Y aunque de vez en cuando el dolor y el cansancio volvía a hacer mella en mí y me tentaba a abandonar, yo proseguía el camino. Y así finalmente, tras dormir en Redondela, Pontevedra, Caldas do Reis y Padrón, llegamos triunfales a Santiago y yo estaba cumpliedo mi promesa. Había sido duro, pero había merecido la pena.
Y es que ser peregrino hasta Santiago no es caminar por caminar, lo fascinante es descubrir el sentido que tiene, descubrirte de lo que eres capaz, y esa aventura es una que nadie debe perderse.
La verdad es que es una de las mayores aventuras que yo he vivido, y uno de los mayores retos que he superado. Quien hubiera venido habría visto como desfallecía los primeros días, pues llegaba ya con magulladuras, rozaduras y ampollas de intentar (sin exito) domar las botas. El comienzo fue duro, desde Valença do Miño (Portugal). Por delante nos quedaban 120 kilómetros y 5 días para andar.
Pero si bien el inicio fue mortalmente sufrido, llegando a Porriño, la primera posada, quizás una hora más tarde que el resto del grupo, el devenir iba a ser diferente. Conforme pasaban los días, y las horas, me iba notando más fuerte y con más capacidad. Esto surgió también gracias a otros factores. El factor físico es que abandoné las botas y me pasé a las zapatillas. El factor motivacional fue que me prometí a mi mismo no parar, que iba a caminar por alguien a quien quería, para que recibiera los favores que le pedía a Dios, y me prometí así mismo llegar el primero a la plaza del Obradoiro. Todo una quimera utópica por aquel entonces. Y el factor espiritual fue que me deshice de mi plano más humano para minimizar el dolor y convertirlo en sacrificio. Antes era mero vagabundo, caminando sin sentido y sin meta, pero ahora era peregrino.
Y la experiencia cambió. Sin saber bien como me veía a la cabeza de la expedición, con fuerzas renovadas. Y aunque de vez en cuando el dolor y el cansancio volvía a hacer mella en mí y me tentaba a abandonar, yo proseguía el camino. Y así finalmente, tras dormir en Redondela, Pontevedra, Caldas do Reis y Padrón, llegamos triunfales a Santiago y yo estaba cumpliedo mi promesa. Había sido duro, pero había merecido la pena.
Y es que ser peregrino hasta Santiago no es caminar por caminar, lo fascinante es descubrir el sentido que tiene, descubrirte de lo que eres capaz, y esa aventura es una que nadie debe perderse.
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