artículo aparecido en la revista TRÉBEDE
julio-agosto 1999, poco antes de la apertura de DINÓPOLIS (Teruel)
¿Por qué despiertan tanta atención en nosotros, hombres y mujeres de la era digital-recién evolucionados del sapiens al Homo digitalis y con un pie en el mundo de Huxley- aquellos «lagartos terribles» que dominaron la Tierra durante la era Mesozoica?
¿Quizás porque avanzamos deprisa y nos gusta echar la vista atrás, hacia ese mundo perdido de ambiente tropical en el que los cielos sólo eran surcados por el silencioso vuelo de los «pterodáctilos» y no por las ruidosas turbinas de boeings y cazas? Puede que los dinosaurios fueran terribles, que sus fauces abiertas armadas de poderosos dientes causasen pavor, pero -como los dragones de leyenda- nos gusta saber de su modo de vida, si eran de piel oscura o de colores, y si es verdad que nunca se extinguieron, porque evolucionaron hasta convertirse en las actuales aves. Nunca unos seres tan lejanos en el tiempo, tan poco conocidos y feroces, nos han sido, a la vez, tan familiares. Convertidos en ositos de peluche, duermen cada noche en el regazo de los niños y despiertan la curiosidad de los mayores en medio de una vida hipercodificada, en la que la novedad no es más que una palabra en desuso. Dinópolis -el proyecto impulsado por el Instituto Aragonés de Fomento (IAF) y el Gobierno de Aragón, en convenio junto con Teruel y las localidades de Albarracín, Concud, Castellote, Galve, Mas de las Matas, Rubielos de Mora y Peñarroya de Tastavins- parte de este sentimiento ecuménico de nostalgia por el pasado, del afán del hombre por encontrar respuesta a una de sus preguntas existenciales, para construir un proyecto de desarrollo económico y cultural. En Teruel, durante muchos años, la gente tuvo que salir fuera en busca de trabajo. Los tiempos están cambiando, y quizás ha llegado el momento de volver a los orígenes, no de una manera utópica, sino con la convicción de que el futuro es indesligable del pasado. Y del pasado, el sur de Aragón tiene mucho que contar: «Érase una vez, en unos lugares de la provincia de Teruel, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra...» Antes de Darwin, los estudios de Historia Natural, como los publicados por el naturalista franciscano José Torrubia, seguían la teoría bíblica del Diluvio Universal. Precisamente, uno de los apartados de su libro Aparato para la Historia Natural Española (1754) está dedicado, como anuncia la portada, a Dissertaciones Physicas, especialmente sobre el Diluvio. En una ocasión, un esqueleto fósil fue descrito como el «Homo diluvii testis» (el hombre testigo del diluvio), aunque luego, estudios realizados por Cuvier, el fundador de la Paleontología a principios del siglo XIX, pusieron en evidencia que se trataba simplemente de una salamandra gigante fósil del Carbonífero.